domingo, 10 de octubre de 2010

El Vino Blanco

El color del vino no depende del color de la uva, pues el zumo siempre es blanco. En la vinicultura francesa, sin embar­go, la prestigiosa denominación «blanc de blancs» califica a aquellos vinos blancos criados a partir de uvas también blancas.
El vino blanco es casi siempre un vino joven, de uno a tres años, pues son muy pocas las variedades que saben enve­jecer adecuadamente. Es un vino que siempre se debe tomar frío. Los blancos secos, a una temperatura entre los seis y los doce grados, y los blancos dulces más fríos aún, alrededor de los cinco grados. El método clásico de enfriamiento es el que utiliza el cubo de hielo, siempre preferible al refrigerador o nevera. Se debe ser inflexible, sin embargo, en cuanto al mo­mento: inmediatamente antes de servir, pues un vino blanco mantenido demasiado tiempo a baja temperatura termina por debilitarse y por romperse.
El vino blanco seco es el acompañamiento obligado de pescados y mariscos. Para los mariscos, más frío, y algo más templado para pescados que se sirven en caliente. El pescado preparado en salsa se acompaña mejor, de acuerdo con los expertos, con un blanco ligeramente dulce. Los blancos dul­ces, a su vez, armonizan bien con las frutas.
La geografía mundial del vino blanco raras veces coincide con la del vino tinto. En España, es Galicia la región que, en su conjunto, presenta la mejor oferta de blancos, como el ribeiro, vinos jóvenes, ácidos, excelentes para acompañar el marisco; le sigue, con excelentes blancos, Cataluña.
En Francia se encuentran excelentes vinos blancos en las dos grandes regiones vinícolas (el montrachet, uno de los me­jores, en Borgoña, y el sauternes en la zona de Burdeos). Pero es en la pequeña comarca de Chablis, en los límites de la Bor­goña, donde se crían los blancos más apreciados (y también, por cierto, los más imitados por viticultores de otros países).
En Alsacia, y en el valle alemán del Rhin, se producen casi exclusivamente vinos blancos, considerados por muchos en­tendidos como los mejores del mundo. Estos vinos no reciben sus nombres, como suele suceder en las grandes regiones viní­colas europeas, del terruño de cultivo de las vides, sino de las variedades de éstas. La más conocida de todas es la riesling.
En Chile se crían los mejores vinos blancos de América, en variedades que van desde las trasplantadas de Francia hasta las procedentes del Rhin, selladas siempre con las pecu­liaridades del clima y de la tierra del Valle Central chileno.
Cuando se sirve un vino blanco, no conviene llenar el vaso por encima de un tercio, devolviendo enseguida la botella al cubo de hielo. De este modo, lo tomaremos siempre fresco.

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